El madridismo se había ilusionado con la remontada. Pensaba que el destino había reservado una noche histórica que diera sentido al desastre de Alcorcón. Llenó el estadio esperando una recompensa de sus jugadores y de su entrenador. Pellegrini reservó algunos jugadores, incluido Ramos, que podía haber jugado, pues la sanción no se aplica hasta que se reúna el Comité de Competición, lo cual ocurrirá el miércoles.
El chileno podía habérsela jugado con su once de gala, el mismo que salió en Milán y frente al Atlético, pero decidió sacar a Gago y Diarra, con Lass en el lateral derecho, a Kaká, Higuaín, Raúl y Van Nistelrooy. Es un once que debería ganar al Alcorcón sin problemas, pero no es el once ideal del Madrid, lo cual demuestra que su entrenador o no tenía fe o no se lo tomó en serio.
Una de las estrategias pasaba por marcar un gol rápido. No se cumplió. El primer y único tanto llegó en el minuto 82, obra de Van der Vaart. En la primera parte, nada de nada. Sólo un mano a mano de Van Nistelrooy con Juanma, que desbarató la ocasión. Y eso que se suponía que debían salir a morder…
Antes y después del gol, el Madrid dio tres largueros. Van Nistelrooy, Van der Vaart (invalidado por mano) e Higuaín. Fue lo más peligroso, pero todo insuficiente. Aunque hubiesen entrado esos tres disparos, el resultado habría sido inmerecido. El Alcorcón se ha ganado a pulso estar en los octavos de final. Hace quince días ridiculizando al Madrid y hoy desarticulando cualquier intento de remontada defendiendo sus principios de buen fútbol, justo lo que le falta a los blancos.
En un momento del partido, la grada entonó al unísono: «Pellegrini, dimisión». Dimitir y destituir son sinónimos en este caso. No se espera que pase nada, pero Florentino ya ha oído el sentir del pueblo, que, por cierto, no opina igual que su presidente, para quien «no ganar ningún título este año no sería un fracaso». Para el madridismo sí, y ya se ha esfumado uno.